martes, 18 de mayo de 2010

MEMORIAS DE UN ADOLESCENTE MANIÁTICO

Aunque hoy día me vean viejo y borracho vomitando por los rincones de este bar, no hay que olvidar que también fui joven, exitoso y viril (en ese orden). Y si alguien tiene la buena voluntad de invitarme otro gin tonic les contaré una historia de fama, poder y sexo desenfrenado.

Bueno… con el vaso de cerveza sin gas que quedó hace una hora en esa mesa la cuento igual.

Finalizaba la década del ochenta y yo tenía 15 años. Era un adolescente vivaz y sexy: miles de mujeres fantaseaban con tener apasionados romances conmigo, pero todas eran muy tímidas y nunca ninguna se atrevió a confesármelo. Para desahogar mis angustias púberes la única salida que tuve fue la de convertirme en maniático obsesivo. En la soledad de mi hogar realicé inusitadas hazañas: me disfracé de plaga de langostas para comerme las plantas del balcón, me di una intravenosa con cintas de casetes de batucada para ver si mi corazón cambiaba de ritmo y hasta pasé noches enteras al lado de la jaula de mi hámster Raúl imitando lo más perfecto posible cada uno de sus movimientos. Mi padre entraba al baño y no podía explicarse qué hacía yo trotando en cuatro patas. “Raúl está girando en su ruedita… ¡Estoy haciendo lo mismo, papá!”, le explicaba yo, pero el se iba mirándome triste y sin comprender.

Una mañana giraba el dedo en un sacapuntas para cortarme las uñas cuando recibí un llamado telefónico:

-Habla La Muerte. Quiero avisarte que voy a por ti.

-No vale. ¡Yo pensé que era inmortal!

-Tarado: soy Mordelito, tu amigo.

-Yo no tengo amigos. –respondí, cortando el teléfono y yendo a llorar al baño enternecido de mí mismo.

Mordelito volvió a llamar para avisarme que una amiga de su novia Elisa estaba dispuesta a conocerme. La última chica con la que había salido huyó cuando traté de obligarla a hacer gárgaras con la boca llena de pochoclo y pasta dental. Me habían dicho que eso las excitaba.

“Ésta es mi noche”, pensé mientras me ponía los zapatitos de peluchín con forma de pato y el calzón de charol negro con motas fucsia. Me dejé el torso desnudo porque un malón de liendres okupas hizo un piquete en el placard y quemaron llantas de autos como protesta hasta que vino la policía insectívora a reprimir y todo terminó con catorce muertos y mi guardarropa destrozado. Por otro lado tenía la firme convicción de que mi panza bamboleante era extremadamente sensual.

Salí de casa rumbo al ansiado encuentro. Fui a pie, pues tuve que dejar de tomar colectivos también a causa de mis manías: cada vez que subía a uno no podía resistir la tentación de sacar boleto y enseguida ir corriendo hasta la puerta de atrás, tocar timbre y bajarme. Perdía dinero y nunca llegaba a ningún lado. Luego, la cosa empeoró: antes de bajar me ponía a interpretar las más selectas melodías del repertorio popular con el timbre y luego pedía dinero. Una tarde canté un mambo e hice un solo de timbre impresionante, pero ni el conductor ni los pasajeros supieron apreciarlo y terminaron golpeándome hasta el cansancio. Los artistas –y esto nunca me cansaré de repetirlo- siempre fuimos grandes incomprendidos.

Luego de caminar 76 de las 77 cuadras que me separaban de mi destino, distinguí en la lejanía a mi amigo y su novia apoyados contra una camioneta. Cuando me acerqué un poco más descubrí que la camioneta era la jovencita que iban a presentarme.

-Hola, Poliforme –saludó Mordelito- Ella es la muchacha de la que te hablé. Se llama Primavera y trabaja cargando reses en una carnicería.

-Hola. –balbuceé timorato.

Primavera me miró fijo, levantando el labio superior y agrandando sus fosas nasales, logrando la caracterización más perfecta de una cara de asco que he visto en mi vida. Pensé que iba a mugir, sin embargo me palmeó el hombro y gruño “hola…”. Sus cuatro metros de alto y sus dos de ancho no me acobardaron y decidimos ir a bailar.

Camino a la discoteca tuve ocasión de conversar con más a fondo con ella:

-¿Y? ¿Cómo va el negocio de carga y descarga de vacas?

-Bien, aunque disfrutaba más matándolas con mis propias manos. Era excitante quebrarles el espinazo y ver sus ojos tornándose vidriosos a medida que avanza el “rigor mortis”. En cambio cargar sus cadáveres ya despellejados no tiene magia, es aburrido.

-Ah.

Llegamos a la disco y el portero se nos planta delante diciéndonos:

-Oigan, ¿están buscando empleo de espantapájaros? Así vestidos ustedes no entran, ridículos.

Apelando a mis recuerdos del primario contesté:

-Espejito rebotador: el que lo dice lo es. Vos lo dijiste, vos lo sos.

El portero, humillado ante mi andanada de hábiles réplicas, gritó:

-Te voy a partir la nariz, jetón.

Bueno: eso sí que me hizo enojar. Puedo tolerarlo todo: incendien mi casa, mátenme, pisen mis zapatos de gamuza azul, ampútenme los miembros (después de haberme matado, si no es mucha molestia) o quémenme vivo en la plaza pública, pero nunca –y dije NUNCA- me digan “jetón”.

-¿Oi bien o me llamaste “JETÓN”? –pregunté.

-Jetón cara de almóndiga. –respondió mirándome fijo y sin rastros de arrepentimiento,

Aunque no llevaba remera puesta hice ademán de arremangarme, saqué un peine con gomina, me alisé el pelo, me escupí las manos, después me las fui a lavar a un baño público porque me dio asco el olor de mi propia escupida, volví, hice buches con vaselina, repasé la tabla del doce y –mirando hacia arriba- le grité bien fuerte:

-¿Así que sos valiente, musculosito marica? Se ve que nadie te bajó los dientes como te los voy a bajar ahora, Thundercat pelotudo. ¡Vení que te destrozo a golpes y te dejo una cara nueva! ¡Vamos, vení! ¡VENÍ!!

Desperté a las dos horas, magullado en un callejón oscuro. De un lado, unos pandilleros jugaban a dejarme tuerto y del otro mis amigos bebían tranquilamente una cerveza.

-¿Y? ¿Estás vivo? ¡Jua, jua! –reía la despreciable Primavera dejando caer gruesas gotas de espuma por la boca y sin evitar salpicarme.

Minutos después nos hallábamos rumbo a “El Nematelminto Ebrio”, la única discoteca que conocía en la cual me dejaban entrar. Para llegar había que arrojarse del tren en movimiento entre la estación de Villa Deceso y Barrio Muerte. Ahí, detrás de un vagón abandonado, hay un hueco en la tierra. Descendiendo por él, a cinco metros de profundidad, estaba el boliche. Una ladilla nos abrió la puerta y nos cobró la entrada. Luego, fuimos a pedir unos tragos para entrar en acción.

Y ya que hablamos de tragos, quisiera solicitar a la selecta clientela de este concurrido bar que, a bien de poder proseguir mi relato, tengan la amabilidad de invitarme con alguna bebidita cuya graduación alcohólica exceda el 4% a fin de ayudarme a exacerbar mis dotes de buen narrador… ¿Cómo dice, señor? ¡oh, sí, me encantaría! ¡gracias, señor, muchas gracias!... Y ustedes tomen el ejemplo de este buen anciano que, a pesar de las aftas y las llagas purulentas de sus labios, ha tenido a bien convidarme un poco de su vino en cajita!

Prosigo: ya en la discoteca Mordelito me dijo por lo bajo:

-Che, Poliforme, esta piba no es gran cosa, pero si la emborrachás vas a ver que te entrega todo...

-¿Todo? ¿Y para que quiero tanto?

Pero ya la sola idea de terminar la noche con sexo me transformó en un ser lúbrico y lascivo, así que miré el menú y busqué el trago de nombre más raro para aparentar cultura alcohólica.

-Eh, camarero, tráiganos por favor cuatro “Cool sand one magic night in L.A.” –y, guiñando un ojo a mis amigos, agregué en tono cómplice:- A no emborracharse, chicos, pues este trago se sube a la cabeza más rápido que un jet… ¡ha, ha!

Al rato vino el mozo con cuatro vasos de jugo de melocotón.

-¡Ey, acá hay un error! –protesté- ¡Yo pedi cuatro “Cool Sand” y no jugo de melocotón!

-¿Y que carajo te creías que era el “Cool Sand”, idiota? –respondió el camarero.

Y lo peor de todo es que mis acompañantes se negaron a beber esa mierda de jugo y me obligaron a tomarlo y a abonar el importe.

Así fue que pasamos la noche bailando, conversando y embriagándonos hasta que llegó la madrugada. Mordelito y su novia se fueron dejándome solo con Primavera ebria y vomitando sobre mis zapatos de peluchín. Sin lugar a dudas había llegado la hora de la seducción.

-Oíme –le susurré- Esta fue una noche inolvidable para mí…

-¡Ya lo creo! –se rió ella- Te cagaron a piñas, te vomité encima, perdiste bastante dinero y te tomaste cuatro litros de jugo de fruta… ¡Vaya si fue especial, ha, ha, ha!

Entonces la agarré por el sobaco diciendo: -No quiero ser tan directo, pero… ¡creo que llegó el momento del sexo, nena!

-Sí. –respondió ella- Pero no con vos.

Y se fue. Quedé sentado solo en el cordón de la vereda, cantando “2 elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña…” y cuando llegué a 1101 elefantes una voz dijo “1102…” detrás de mí… ¡Era Primavera! ¡Había vuelto!

-Sí, volví, alimaña chota –me susurró tiernamente- No quiero perderme el bizarro espectáculo de verte haciéndome el amor…

-Zalamera, a cuantos le dirás lo mismo…

Intenté abrazarla, pero mis brazos no llegaron a abarcarla, así que, colgándome de su espalda le dije: -¿Te molesta si vamos a pie? No puedo tomar colectivos…

2 comentarios:

Marcos dijo...

Congrats x el blog 9cito!! directo a marcadores...

Chavito!

PD: me parece haberlo leído anteriormente este texto... es posible?

19 de mayo de 2010, 8:32
Mil A Gritos dijo...

Chaveex si, te lo pase hace bannnnda. ;)

19 de mayo de 2010, 9:05

Publicar un comentario